14 de noviembre de 2011

A MIS HIJOS.

Pasaran tal vez muchos años para que sean capaces de comprender mis epístolas, aunque creo sin temor a equivocarme ya lo están entendiendo pues la vida pasa rápido, crecerán, maduraran y me apoyaran con su comprensión.
Ustedes dos queridos y adorados hijos: Son lo más hermoso que me puede haber otorgado la vida, ambos son mis frutos de amor, mi vida siempre estará entregada a ustedes y siempre tendrán el primer lugar en mí quebrantado corazón.
Mi obligación es enseñarles con amor lo que es la vida, ese duro camino que les tocara recorrer y llegado el momento dejarlos solos, para que aprendan a amar con sinceridad.
Solo deseo y quiero verlos felices y realizados, por eso deseo fortalecerlos con toda mi ternura, amor, cariño, entendimiento y dedicación, para que en un futuro sean el orgullo y felicidad de vuestra madre y amiga.
Cuándo un día sean capaces y tengan tiempo de leer lo que plasmo aquí, quisiera escucharlos decir: Que han aprendido a respetar, a amar y a tratar de ser siempre felices...
Hoy ha pasado el tiempo, tengo 33 años y reconozco que los sufrimientos me hicieron madurar, pero también me permitieron agudizar mi sensibilidad. 
Si hijos amados, he sufrido y he amado y eso es lo importante, no fui correspondida, pero la vida te enseña a asimilar la derrota del desafecto. 
Ame intensamente, fui feliz e infeliz, con mis éxitos y mis desengaños, aprendí a valorar mil cosas.
Con el transcurrir del tiempo comprendes que el sufrimiento purifica y te hace más fuerte y muchas veces te obliga a cambiar de rumbo y debo reconocer que la mayoría de las veces, esos errores te enseñan a valorar todo en la vida.
Especialmente la seguridad emocional de mis hijos. 
Marzo del año 1,981.

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