16 de noviembre de 2011

RECUERDO A LOS PADRES.

Te di la existencia, pero no puedo resolverla por ti. 
Puesto que es únicamente tuya. 
Logro educarte en muchas cosas. 
Pero no puedo exigirte a asimilarla. 
Logro dirigirte, pero no puedo responsabilizarme por lo que haces, puedo llevarte a la iglesia, pero no puedo forzarte a profesar. 
Tengo que aleccionarte en lo malo y lo bueno, pero no puedo solucionar por ti sus peligros,alcanzo darte amor, pero no puedo imponerte a que lo recompenses de idéntica manera,  puedo adiestrarte a colaborar, pero no puedo obligarte a que lo hagas con los que te rodean.  
Consigo dialogarte del respeto. Pero no puedo impedir que seas irrespetuoso en ciertas circunstancias, sé advertirte sobre las buenas amistades, pero no puedo elegírtelas, está en ti descubrirlas y atesorarlas, puedo decirte que el licor es peligroso, pero tú debes resolver  por ti, debo advertirte acerca de los narcóticos, pero debería salvarte para que no los emplees nunca, merezco estimularte  en la necesidad de tener metas altas, pero no puedo alcanzarlas por ti, son tus alas las que tienen que conquistarlas por tu propio esfuerzo, puedo aleccionarte acerca de la bondad, pero no puedo obligarte a ser dadivoso y desprendido, solo logro explicarte cómo vivir. 
Hay una etapa en que los padres quedamos abandonados de nuestros hijos. 
Y  es que los hijos se desarrollan autónomamente de nosotros, como árboles balbucientes y pájaros imprudentes, se desenvuelven sin pedir venia a la vida, progresan con un ruido alegre y a veces con jactada presunción, natural de sus lapsos de vida.
Pero no se desarrollan todos los días, crecen de repente y velozmente, un día se sientan cerca de ti y con una espontaneidad sorprendente te dicen cualquier cosa que te  manifiesta que ese diminuto ser de pañales que poseíste en tus brazos ya se separó y creció. ¿Cuándo creció?  No  lo distinguiste. ¿Dónde quedaron los festejos infantiles, el juego en la arena, las celebraciones con payasos, mimos y animadores? El niño crece en un rito de cumplimiento armónico e indisciplina civil, estabas allí en la puerta de la discoteca, esperando no sólo que crezcan, sino que aparezcan. En aquel lugar estaban muchas madres al timón, esperando que salgan corriendo, asediados de compañeros y amigos. Y allí estaban nuestros hijos, entre sándwiches y bebidas en las  esquinas saliendo de una película con el uniforme de su generación y sus incomodas y cargadas  mochilas en los hombros. 
Como olvidarlo, recogiéndolos del colegio, llevándolos y trayéndolos de sus actividades extra escolares. 
De sus clases de ingles y de alemán. 
Y ahora estamos nosotras con los cabellos blancos y las arrugas surgidas en nuestros semblantes y el organismo cansado. 
Y esos son nuestros hijos, los que amamos a pesar de los golpes de los aires, de las insuficientes o grandiosas cosechas de armonía, de las buenas y  malas noticias y la dictadura de las horas que ya pasaron y no retornaran más. 
Ellos crecieron amaestrados, observando y aprendiendo con nuestras caídas y nuestros aciertos, principalmente con los tropezones que esperamos no se repitan, esa es nuestra mayor ambición para con ellos, hay una fase  en que los padres caminamos desabrigados de los hijos. 
Es ley de vida. 
Ya no los buscaremos más en las puertas de las discotecas y del cine,  ni recogiéndolos del colegio y academias, pasó el tiempo de la guitarra, el tenis, el básquet, el judo, la natación, la gimnasia acrobática, el atletismo. 
Surgieron del asiento de  atrás y pasaron al volante de sus propias vidas. 
Deberíamos haber ido más  junto a su lecho al anochecer, para escuchar su alma respirando, atender sus pláticas y  confesiones entre las sábanas de la niñez. 
Con habitaciones llenas de calcomanías en las ventanas y puertas. 
Afiches y techos pintados con humo de vela, diarios coloridos y música estridente. 
Pero se desarrollaron sin que agotáramos con ellos, todo nuestro afecto, dedicación y ternura para con ellos. 
La casa siempre llena de jóvenes, preparando desayunos, almuerzos y cenas. 
Invitando a entrenadores a almorzar y a compartir las alegrías y resultados de nuestros amados hijos. 
Colchonetas regadas por todo el piso,  compañeros de colegio, deporte y universidad. 
Reunidos en grupo de estudios, atendiéndolos siempre con un semblante alegre, con un plato opulento, postre o palachincas. Siempre prevenida. 
Al inicio fueron al campo a  excursiones inolvidables, a la playa a acampar, las  fiestas de las quinceañeras, las Nochebuenas en familia, los baños en las  piscinas y los amigos que  entraban y salían del pequeño departamento. 
Sí, había peleas en el auto por la ventana, los pedidos de golosinas, dulces, la  música de moda. 
Él aprender a maniobrar el pequeño escarabajo amarillo, conseguir la licencia de conducir. 
Pedir el auto prestado a Mama. 
Después llegó la época, en que viajar con mama comenzó a ser un esfuerzo, un sufrimiento, no podían dejar a sus conocidos y  primeros enamorados. 
Resultamos los padres exiliados de los hijos, obteníamos el aislamiento que siempre anhelamos. 
Y nos llegó el momento en que  hoy solo nos queda  observar de lejos, queriendo que elijan bien en la busca de la  felicidad y conquisten el mundo de la manera menos compleja posible, el  secreto es perseverar que lo obtengan y apuntalarlos siempre, en cualquier momento se casaran,  nos darán descendientes. El nieto es la hora del afecto y la felicidad de los abuelos, por eso los abuelos  son tan considerados para con ellos y distribuyen lealmente su cariño para con todos ellos. 
Los nietos son la última circunstancia de repetir nuestro afecto y nuestro papel de padres, que ya nos toco vivir. 
Por eso es necesario descubrir algunas cosas adicionales antes de que nuestros hijos crezcan. 
Los seres humanos sólo nos ejercitamos a ser hijos, después de ser padres, solo aprendemos a ser padres después de ser abuelos, en conclusión, pareciera que sólo aprendemos a vivir después de que la vida se nos ha  pasado.
Pero esa es la supervivencia, hemos venido a un conocimiento y aprendizaje diario, no desaprovechemos la oportunidad de ser siempre considerados, genuinos y directos, posteriormente de nuestro tiempo de vida. 
Dejar lo mejor de nosotros en sus recordaciones.

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